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miércoles, 5 de junio de 2013

Crítica de "Más de 100 mentiras", de Joaquín Sabina, David Serrano, Fernando Castets y Diego San José

Crítica de Más de 100 mentiras
(el musical con canciones de Sabina)

Buenos Aire, Argentina. Temporada 2013.

Calificación: 8/10



¿De qué se trata?: Juan administra un bar (“Darling’s”) junto con su novia Magdalena, que era una prostituta, como las que diariamente se reúnen allí para obtener clientes. Ellos dos, junto con su amigo Tuli y Samuel, el hermano de Magdalena, idearon hace unos años un crimen que terminó con Tuli en la cárcel y Samuel muerto, por culpa de Villegas (el tío de Juan). Cuando Tuli sale de la cárcel (luego de tres años), busca a sus compañeros de delincuencia para llevar a cabo un nuevo plan, para vengarse de Villegas y ganar varios millones de peso, y así huir de sus secuaces, escapándose a Brasil. Todo esto, en lo que se denomina un musical jukebox (con canciones escritas previamente; en este caso, del español Joaquín Sabina).

El punto fuerte de la obra: la historia. No es mi intención faltarle el respeto a la notable habilidad poética de Sabina, pero las letras estaban obviamente escritas antes de desarrollar el musical, por lo que no puedo elegirlas como lo más destacado. Sinceramente, no me esperaba que la historia fuera sólida. No es que esta sea especialmente creativa o innovadora, ni los diálogos memorables, sino que es destacable por dos motivos. Primero, porque logra atrapar y entretener aún a quienes no son fans de Sabina (generando interés por sí misma, algo que no se logra en muchas propuestas con canciones conocidas). Segundo, porque, en gran parte de la obra, las canciones están integradas a la historia y a lo que viven los personajes, sin parecer descolocadas, algo también difícil de conseguir cuando se ajusta la historia a un material concebido previamente. Esto se cumple aunque lo que se genere sea una identidad entre la atmósfera que crea una canción y lo que sucede en escena.
Las canciones de Sabina son más reflexivas que narrativas, por eso resulta un desafío hilarlas con una historia. Por suerte, los dramaturgos encontraron la forma de incluirlas de forma que, aunque no hagan avanzar la acción, tengan como función describir los sentimientos de los personajes o transformarlos y darles matices, operando un cambio interior mientras cuestionan su situación. Magdalena no se siente de la misma forma antes de cantar “Contigo” que después. Juan no es el mismo antes de interpretar “Tan joven y tan viejo” que cuando esta concluye, pues ha madurado en el proceso.
Para mantener la coherencia entre el libro y las canciones, ayuda mucho que el universo que se plantea sea delirante, porque permite moverse con mayor libertad. En ese sentido, la puesta coquetea por momentos con el musical conceptual, por ejemplo, con las intervenciones de Samuel, el cuadro “Yo quiero ser una chica Almodóvar” o el uso especial del ensamble. Entonces, no resulta descabellado pensar que los personajes de las canciones de Sabina se podrían mover en un ambiente como el que se presenta.
Volviendo al libro (escrito por David Serrano, Fernando Castets y Diego San José), y adaptado para Argentina con localismos (celebrados por el público), presenta una buena historia de venganza, crimen y suspenso (más evidente en el segundo acto), con elementos dramáticos, cómicos (muy bien integrados y dosificados) y románticos (tal vez el punto más predecible), si bien uno intuye rápidamente qué rumbo va a tomar el relato (obviamente, sin saber sus pormenores). Además, muchas escenas tienen inyectadas un ritmo cinematográfico. Esto se evidencia, por ejemplo, cuando Magdalena relata a Tuli su visita a Ocaña (para contarle que Mosquito ganó la lotería), en una escena que se lleva a cabo en dos planes temporales simultáneos. El director (David Serrano) supo aprovechar las particularidades del texto y trabajó el pulso narrativo con exactitud, de modo que la historia no aburre, además de hacer un buen uso de la profundidad del escenario.


El ensamble:
No es una novedad, pues se ha dicho en numerosas críticas, pero el ensamble está compuesto por muy buenos artistas, y adquiere un lucimiento especial. La diferencia con otras propuestas con grandes o medianos ensambles (como, el año pasado, Mamma Mia! o, este año, El retrato de Dorian Gray), también integrados por personas preparadas, radica en su aprovechamiento. En ese sentido, el uso del ensamble en Más de 100 mentiras es inobjetable y singular. Por supuesto, detrás hubo nueve coreógrafos y está Elizabeth De Chapeaurouge como directora residente, pero la puesta les da mucho lugar para que su trabajo se potencie. Así, resulta difícil destacar sólo a un par dentro de un grupo sin fisura, donde se nota que hay un estilo de baile pulido. Varias coreografías son impactantes (por ejemplo, la de “19 días y 500 noches”), y muy teatrales, y los bailarines realizan figuras admirables, y es importante remarcar que detrás de lo que se ve en escena hay un dedicado trabajo previo de estiramientos y preparación. Pero, además de todo esto, el ensamble es único porque canta sin mostrar agitación, con solvencia y en vivo, mostrando su condición de artistas integrales. Esta parte me parece muy valiosa, considerando que producciones recientes (y con menor exigencia coreográfica) como El diluvio que viene tenían segmentos pregrabados para las partes cantadas en grupo.
Sin embargo, sí hay algunos tramos en donde no se entiende lo que canta el ensamble (aunque, como mencioné, prefiero que cante en vivo antes que se busque la solución de sustituir sus voces). No obstante, el sonido también se destaca, porque logra integrar bien la música y las voces de los intérpretes (esto se aprecia muy bien en el medley del final del primer acto), sin aturdir, en un teatro chico como el Liceo. También, hay que señalar que los músicos se encuentran separados (dos están en un palco bajo, y el resto, sobre el escenario, a veces, incluso invisibles al público), pero coordinan sin problemas. Como ha sucedido en muchos musicales modernos, los intérpretes se integran perfectamente a la música sin ver al director de orquesta. Los músicos (dirigidos por Hernán Matorra) son una pieza clave de la obra y realizan un papel brillante y aceitado, y los brillantes arreglos potencian su desenvolvimiento. Tal vez puedan, no obstante, molestar a algunos puristas de Sabina.



Los intérpretes:
*Luz Cipriota (Magdalena): se la ve muy cómoda en el escenario y genera empatía; se defiende cantando y baila con gracia.
*Christian Giménez (Juan): asume el compromiso dramático que le exige por momentos su personaje y lo expresa desde el canto (por ejemplo, en “Tan joven y tan viejo”).
*Diego Hodara (Mosquito): presenta algo distinto que en sus papeles previos, forjando complicidad con el público y aportando humor genuino, sin salir nunca de su personaje.
*Sebastián Holz (Samuel): se luce recitando sonetos, se divierte con su personaje, dialoga eficazmente con el público, e interactúa con desenvoltura en escena, además de tener la destreza de cantar y bailar bien al mismo tiempo.
*Carlos Silveyra (Tuli): transmite simpatía y disfruta en escena.
*Rodrigo Segura (Ocaña) primero actúa convincentemente y luego sorprende cantando; emociona con su interpretación contenida de “Una canción para La Magdalena”.
*Néstor Sánchez (Villegas) demuestra que es un buen actor, componiendo a un villano sólido.
*Daniela Pantano (Rossana): se mueve con seguridad.

La escenografía está bien realizada y es funcional al ambiente que se busca crear: las calles de un lugar de la ciudad oscuro y mugriento, lleno de corrupción, traición, crimen e irregularidades, por lo que se evitan los colores vistosos. El bar “Darling’s” tiene aspecto de barato, reciclado e inmoral, mientras que el cuarto donde está la banda pone a los músicos en foco, y tal vez su posición elevada sugiere la incidencia de las canciones en la vida de los personajes (como se ha dicho, los modifican). Las transiciones escenográficas se resuelven rápida y acertadamente al girar los decorados o bajar paneles. El vestuario es correcto, siguiendo la misma línea de no ser demasiado llamativo (salvo en “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, donde el mundo del cine contrasta con la sombría realidad de los personajes), y la iluminación es fundamental para acompañar los climas, y, al mismo tiempo, no parecer marcarlos tan explícitamente. Otro dato que merece ser mencionado es la notable calidad del programa de mano.


En resumen: Un musical que vale la pena más allá de la poesía de Sabina, sino que tiene una historia que entretiene y un uso ejemplar del ensamble, y algunas escenas memorables. Cabe aclarar que esta crítica es de alguien que no es fan de Sabina.

Más información:
Dirección: David Serrano.
Teatro: Liceo (Rivadavia 1495).
Duración: 2 horas 35 minutos (incluyendo un intervalo de 10 minutos).
Funciones: miércoles a domingo.
Entradas: de $150 a $300.
Promociones: 2X1 con Club La Nación y Plateanet; 15% de descuento con Banco Ciudad; descuento en “Tickets Bs. As.” (Cerrito y Diagonal Norte).

Fotos: http://www.facebook.com/MasDe100MentirasArgentina/




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