Categoría: WORKSHOP
Crítica de L-14,
un musical distinto
Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2014 (Teatro El Cubo).
Calificación: 7 /10
ATENCIÓN: ÚLTIMA FUNCIÓN
MARTES 6 DE MAYO 21 HS.
¿De qué se trata?: “Luego de una tragedia un grupo de sobrevivientes es seducido por dos
personajes extraños a jugar un juego: olvidar quienes fueron para no tener que
recordar quienes eran antes de la tragedia, así no extrañar, no vivir en el
pasado y seguir un nuevo destino. Así es como eligen una una historia que
fue real, la vida del Rey Luis XIV. Con reglas insólitas, se asignarán los
papeles a interpretar en esta nueva vida que adoptan. Una vez comenzado el
juego... ¿Hasta qué punto pueden negar quienes son en verdad para pisar
exactamente los pasos de los personajes? ¿Hasta qué punto pueden renegar de sus
verdaderos vínculos para adoptar los nuevos? Un destino, ya escrito...
hacerlo propio puede ser un juego muy peligroso”.
El punto fuerte de la obra: el libro de Nicolás Pérez Costa.
El planteo es
original y el contenido tiene mucho de simbólico, por lo que permite que cada
espectador pueda resignificarlo. Reconocemos en el escenario varios arquetipos
de nuestra sociedad, como sucede en toda buena obra que trabaja el absurdo. Por
supuesto, yo daré cuenta de lo que a mí me sugirió, pero puede haber varias
interpretaciones.
Gracias a la
escenografía de Dianela Romero e Ivana Fernández, impacta ver a los personajes
creyéndose que están entre el lujo de Versalles cuando, en realidad, están
rodeados de basura y elementos descartables. Esto nos recuerda a muchas
personas que pretenden ejercer poder con un cetro de cartón, y se creen amos y
señores del universo, o a quienes pretenden ver estabilidad económica y
prosperidad donde hay un contexto deteriorado. El vestuario de Pérez Costa y
Mónica Rodríguez Manzano también muestra que, aunque lo traten de disimular,
los personajes están demacrados.
Cuando uno pinta
un graffiti, está tapando algo (aunque sea sin intención). Por eso, imagino que
el uso de graffitis en la obra puede sugerir la manía de algunas personas que
ejercen poder alrededor del mundo por querer ocultar aquello que es
desfavorable para su imagen al superponerle otra cosa completamente distinta,
que capte la atención de la gente y la distraiga. No necesariamente aquello que
es malo para su imagen, sino también para la de otro, o la de una entidad, o la
de un país, etcétera. Es el famoso “pan y circo”. Cuando hablo de ejercer
poder, no sólo me refiero a políticos y periodistas, sino también al panadero
de la esquina, a la vecina que tiene perros y a todas las personas que
conocemos. El panadero, que ejerce cierto poder sobre sus empleados, puede ordenarles
tapar las facturas que salen quemadas con dulce de membrillo y la vecina, que
tiene poder en el consorcio, puede tapar los reclamos por los ladridos de sus
molestas mascotas manteniendo una buena relación con quienes la rodean. Las
relaciones de poder están en todas partes. Aunque suene chocante decirlo, una
madre tiene poder sobre su hijo.
Como director,
Pérez Costa adopta un estilo que recuerda a un truculento reality show (¿será por eso que hay algo que parece ser un pequeño
televisor colgado encima del escenario?). Los personajes dejan atrás sus vidas
pasadas, y se obligan mutuamente a seguir el “juego”. Todo queda al
descubierto; nadie puede escapar.
Es por eso que me
parece una buena obra para este grupo de actores, que forma parte del “proyecto
de profesionalización de alumnos del IFA” (de Nicolás Pérez Costa). Es un
espectáculo donde se pone el acento en lo actoral, y donde los intérpretes
quedan expuestos casi todo el tiempo en el escenario (como si los siguieras
cámaras las 24 hs.). Por lo tanto, hay muchas cosas que deben resolver, porque
no pueden quedarse sentados todo el tiempo que no están en el foco de la acción,
puesto que no creeríamos que están involucrados en el juego. Entonces, la
puesta en escena, que los fuerza a moverse, a transmitir con su rostro aunque
estén en segundo plano y a interactuar constantemente, tiene una buena
aplicación pedagógica. Si bien no sé exactamente qué mecánica de trabajo usó
Pérez Costa, se podría decir que esta obra es un workshop (taller), que es fruto de la experimentación artística del
director con sus alumnos (en este caso, con el fin de afianzarlos en el
escenario al darles algo de experiencia). Hacer un workshop es algo poco habitual en nuestro país. De hecho, hasta
hoy, el ranking de workshops de este
blog tenía una sola obra, que al tener un guión extranjero, tenía las
posibilidades de juego limitadas y mucho menos riesgo (el texto de Desperar de Primavera es increíble y de
probada efectividad, y surgió de un workshop
estadounidense).
El elenco es
numeroso (23 personas en escena), pero varios tienen espacio como para poder
desplegar su trabajo individual (en momentos breves, eso sí, porque la obra es
corta). Hablando en general, se los nota compenetrados con el “juego” que se
les propone, poseídos con esa farsa. Se destaca la actuación de Natalia Andrea
Biasin Corrado como la sufrida María Teresa (mujer de Luis XIV). Me sorprendió el buen
juicio de Santiago Tezza (Luis XIV), que hace más creíble a su personaje porque
no sobreactúa (pero no por esto deja de mostrarse despótico). Esto es difícil
de conseguir, porque la personalidad del “Rey Sol” puede prestarse para una
caracterización más artificial, por tratarse del hombre que dijo “El Estado soy
yo” y realmente lo creía.
Son pocas las
canciones que se escuchan (de Nacho Medina), pero sirven para acentuar el
anacronismo. Los personajes se expresan colectivamente a través del baile. La
coreografía de Pérez Costa es original y, sobre todo en el primer número, está
cargada de tensión. Lo vocal, en este caso, está en un plano de menor
importancia, porque no se desarrolló mucho en esta obra.
Por último, otra
lectura que se puede hacer de la situación es la que tiene que ver con la vida
virtual, en la que muchos pretenden ser quienes no son, y escapan así de la
realidad.
Párrafo aparte
merece el emotivo homenaje brindado por Pérez Costa a la gran Norma Pons en la
función pasada. Antes de la función, preguntó cuántos la conocíamos y habló
sobre la experiencia de dirigirla. Durante la obra, un personaje escribió su
nombre con aerosol amarillo en dos extremos del decorado. Al final, el director
le dedicó a Norma una poesía y le tiró un beso mirando hacia arriba. Después,
se sacó una foto con todo el elenco mirando hacia el graffiti.
En resumen: Con un texto que invita a varias interpretaciones, Nicolás Pérez Costa encierra a su elenco en un juego perverso y absurdo.
¿Qué podemos aprender de esta obra?: Que la puesta en
escena tiene que acompañar la simbología del libro. Por eso, en L-14, los personajes quedan expuestos
casi toda la obra en escena para mostrar que no pueden abandonar el “juego”.
Más información:
Dirección: Nicolás
Pérez Costa
Teatro: El Cubo (Pasaje
Zelaya 3053)
Última función:
martes 6 de mayo a las 21 hs.
Precio de las
entradas: $70 y $120
Duración: 1 hora
Luis
XIV: Santiago Tezza
Maria
Teresa: Natalia Andrea Biasin Corrado
Ana
de Austria: Miriam Condoleo
Reina
Cristina: Cynthia Sebastiani
Madame
Scarron: Maria Cecilia Barlesi
Personajes
Extraños: Eric Baez, Pedro Emanuel Vega
Raul:
Ramiro Manrique
Marqués
de Vardes: Sacha Bercovich
Duquesa
de Fontage: Yamila Traverso
Duquesa
de Villete: Ricardo Lavado
Marianne:
Andrea Di Lascio
Marquésa
de Dangeau: Victoria Picech
Bailarina
de la Corte: Rocio Vaccaro
Miembros de la Corte: Brenda Lem, Lara Ojeda,
Yamila Pelullo, Stefania Piercamilli, Anahi Rodríguez, Estefania Sol García,
Mariano Rivero Maria Laura Martinez y Morena Vella
Fotografía
y Diseño: Emiliano Paez - EP
Producciones Imagen Digital
Asistencia
en Realización de Vestuario: Marcela Muñoz
Coordinación
General: Mónica Rodríguez Manzano
Asistentes
de Coreografía: Pedro Emanuel Vega, Yamila Traverso y María Cecilia Barlesi
Asistente
de Dirección: Iara Martina
Prensa:
Santiago Tezza
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