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martes, 8 de abril de 2014

Crítica de "El Cabaret de los Hombres Perdidos", de Christian Siméon y Patrick Laviosa

 Categoría: OBRA MUSICAL

Crítica de El Cabaret de los Hombres Perdidos
Título original: Le Cabaret des Hommes Perdus

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2012 – 2013 – 2014 (Teatro-Bar Molière).

Calificación: /10 
 

¿De qué se trata?: En Francia, Dicky se encuentra desprotegido y lastimado. Su mayor aspiración es ser un cantante reconocido. Tras encontrar asilo en un peculiar bar en la zona roja gay, el Destino en persona se hará cargo de su vida y lo impulsará a seguir un camino distinto del que él había pensado. Las (estrafalarias) personas con las que se encuentre lo modificarán de una manera especial. Esta obra trata como grandes temas la fama y la homosexualidad.

El punto fuerte de la obra: el libro de Christian Simeón.

Fui a ver la obra con uno de mis tíos, que es chef. Al finalizar, me dijo “Vos me trajiste a ver una obra francesa, y ahora yo quiero que conozcas la cocina francesa”. Fuimos, entonces, a un restaurant francés que queda a unas pocas cuadras de distancia la sala. Al entrar, un mozo nos alcanzó unas copitas con una bebida de un color rosa muy curioso, con burbujas pequeñas. Agradecí el ofrecimiento, pero dije que no quería. El monsieur me la dio igual. A mí no me atraen las bebidas alcohólicas, y no tomo ni una cerveza, pero me llamó la atención el aspecto de ese trago. Mi tío me explicó que se llamaba kir royal, y que es muy común en Francia. Me dije que, por lo menos a título anecdótico, tenía que dar un sorbo. Resulta que ese rosa centellante que parecía suave en realidad tenía cierta fuerza oculta. Esa minúscula cantidad bastó para experimentar cómo un ardor me recorría la garganta y se apoderaba de ella con burbujeante prepotencia. Para alguien como yo, no habituado a tomar bebidas de estilo, esto resulta una sensación súbita e inesperada. ¿A dónde quiero llegar? A que El Cabaret de los Hombres Perdidos es un kir royal.

Quiero adelantar que, al ser esta la tercera temporada, hablaré con un poco más de libertad acerca de algunos aspectos de la trama (como hice con Casi Normales), pero no voy a explicitar detalles cruciales.
Dicho esto, el espacio del Cabaret de los Hombres Perdidos funciona como una iniciación brusca para el personaje de Dicky (Esteban Masturini). Por eso lo comparo con el kir royal. Cuando él llega por primera vez, lo concibe como un lugar deslumbrante y promisorio (es su refugio). Principalmente, porque cree saber qué es lo mejor para él y que allí puede encontrar la forma de empezar a cumplir su sueño. No obstante, se topa con el personaje del Destino (Omar Calicchio), que tiene preparado algo distinto para él. Una vez que acepta su carta de recomendación, una fuerza imparable se irá apoderando de él y moldeando su futuro de forma irreversible. Mejor dicho, dos fuerzas: una está marcada por el Pasionómetro (ubicado a la izquierda del escenario) y la otra configura la identidad que no había podido asumir. El Destino lo aclara: será un viaje rápido, como aquella vertiginosa sensación que causa el kir royal a una garganta que nunca había recorrido. Por supuesto, todo cambio violento tiene sus consecuencias. Cuando se pasan a toda velocidad las hojas de un libro, uno llega al final sin haber tenido demasiada consciencia de qué fue lo que sucedió entremedio.
Pero a nosotros, los espectadores, el texto refexivo y simbólico de Christian Siméon nos deja un abanico de situaciones más que pintorescas y, en cierta medida, parece querer iniciarnos junto con Dicky en algunas cuestiones que podemos desconocer, a la vez que nos deja pensando. El público también quedará atrapado en el Cabaret, los personajes nos lo advierten más de una vez.
Siméon (también letrista) presenta escenas desopilantes y gags que albergan un costado sombrío, manejando contrastes permanentes. [Me hubiera gustado estar en la conferencia de prensa que tanto él como Patrick Laviosa dieron en Bs. As. y escuchar su visión, pero un compromiso anterior me impidió asistir.] La traducción de Pablo Rey (libro) y Roberto Peloni (letras) logró ser fiel a su ironía y contiene algunos juegos de palabras.

Lía Jelín pergenió un planteo actoral entre surrealista y expresionista, que dialoga frenéticamente con el absurdo y el patetismo, a tal punto que dejan de diferenciarse y lo que sucede en escena se vuelve una desconcertante celebración en medio del dolor. El vestuario de René Diviú y Omar Calicchio (que posibilita la multiplicidad de personajes a partir de cuatro actores), la escenografía de Diviú y la iluminación de Gonzalo Códova captaron ese ambiente híbrido e indeciso. La realización escenográfica del auto llama la atención en seguida.

La música de Patrick Laviosa es tan bipolar como el resto de la propuesta y transita distintos géneros, como el vodevil a varias voces (bien coreografiado por Seku Faillace) o solos más tradicionales, expresivos y melancólicos (pero no sin sus contrastes internos). La alternancia funciona bien para matizar la historia y darle ambigüedad.
Vale destacar que la sala cuenta con muy buen sonido.

La selección del elenco fue el factor determinante para que la obra funcionara (fue reconocida con el Premio Hugo de Oro a lo mejor de 2012-2013)… y para que siga funcionando en 2014. Capaces tanto de hacer reír como de afectar al público, los cuatro artistas cambian de registro y de personajes con convicción.
A Omar Calicchio (Destino) uno le cree todo lo que actúa o canta, en cualquier obra que esté. Es el protagonista de un número muy entretenido. Diego Mariani (tatuador) aporta la mejor interpretación vocal de la noche con su solo, porque cuando canta uno puede percibir los sentimientos de su personaje luchando por salir. Esteban Masturini (Dicky) consigue mostrarse desconsolado
y perdido y canta la melodía más destacada de la partitura de Laviosa, con una fuerte carga emotiva. Roberto Peloni (la transexual Lullaby) es quien debe teñir de alegría algunos momentos más oscuros.
En la función que presencié, el talentoso Gaby Goldman estaba sentado al teclado, manteniéndose en un rígido personaje con los brazos tatuados. Sin embargo, en el resto de las funciones, el músico será Fernando Albinarrate.

Una reflexión interesante que nos deja la obra (si no la vieron, recomiendo que se salteen estos dos párrafos) es que hay dos vías para lo que se podría llamar la paradoja de la “soledad acompañada”: la que involucra el contacto íntimo con tantas personas que ya no se pueden individualizar y pasan a ser parte del montón (un tatuaje más) y la que garantiza tal nivel de seguridad y certezas que todo se vuelve estático y aburrido.
Frente a los otros musicales con temática gay actualmente en cartel (… y un dia Nico se fue y Priscilla, la reina del desierto), El Cabaret... es el que se enfrenta con una realidad más escabrosa: la homosexualidad no se elige, y uno no puede evadir ese Destino. No hay escape del Cabaret, en el que uno se termina mimetizando, al punto en el que sólo puede respirar entre su humo y sólo puede ver en sus penumbras. La imposibilidad de torcer el destino puede suscitar angustia y desesperación. Mirándolo desde mi óptica heterosexual, me parece un texto muy valiente, que también resalta la importancia de vivir el hoy.

En cuanto a la metáfora de los tatuajes a la que apela la obra, pensemos en lo que pasa con quienes graban en su piel un nombre que luego quieren olvidar. Un método muy difundido es taparlo con otro tatuaje. Pero, ¿y si uno tampoco quiere ver más ese tatuaje? Pide que le hagan otro que se lo cubra. ¿Y si luego, por algún motivo, no puede soportar verlo y quiere otro encima? Es un círculo vicioso, que aguanta mientras lo soporte el cuerpo.

Otro de los grandes temas de la obra es la fama a cualquier precio. No revelaré nada acerca de esto, salvo que el final está muy bien resuelto desde la puesta y se conecta con esta cuestión.
 
En resumen: Un musical entre surrealista y expresionista que desdibuja los límites entre el absurdo y el patetismo. Con divertidos gags, un texto reflexivo y simbólico y grandes interpretaciones, lleva al espectador a un vertiginoso viaje de iniciación, exponiéndolo al humo y la penumbra.


Más información:
Dirección: Lía Jelín
Teatro: Molière (Balcarce 682) – Tel.: 4343-0777
Duración: 1 hora y 45 minutos
Funciones: martes a las 20:30 hs.
Precio de las entradas: $200

Fotos: Alejandro Palacios y Sofía Peralta

facebook.com/elcabaretdeloshombresperdidos

viernes, 7 de febrero de 2014

Crítica de "Al final del arcoiris", de Peter Quilter, en versión de Masllorens y González del Pino

 Categoría: OBRA CON MÚSICA

Crítica de Al final del arcoiris
Título original: End of the rainbow

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2014 (Teatro Apolo).

Calificación: /10 


¿De qué se trata?: En 1968, Judy Garland (Karina K) es convocada a Londres para dar una serie de conciertos. Se instala en un hotel con su quinto marido y manager, Mickey Deans (Federico Amador) y su pianista y confidente, Anthony (Antonio Grimau). Allí, tendrá que sobrellevar su mala situación financiera, su adicción a las pastillas y el alcohol y su complicada relación con la prensa y quienes la rodean para poder cumplir con su compromiso.

El punto fuerte de la obra: la inmensa Karina K.
Al salir del teatro, escuché a una mujer decir “Me cansé de sólo ver el trabajo de esa mujer”. Lo decía en sentido positivo, porque reconocía el poder que tiene Karina K para hacer vivir a los espectadores emociones fuertes. Esto me remitió a una frase de Alejandra Boero que leí hace unas semanas en la revista “Noticias”, en una entrevista a Thelma Biral: “La gente no sabe, cuando va al teatro, cuánto va a tener que trabajar”. Y es probable que uno termine agotado y agradecido después de ver la actuación de Karina K, un verdadero tour de force, como se dice en teatro (un personaje difícil, que requiere destreza escénica y expone la habilidad de un artista).
Ella sabe empaparse de la esencia de sus personajes (cuentan que, para protagonizar Sweeney Todd, escuchaba hasta la grabación de la versión coreana), y se mete de lleno en el personaje de Judy, con todas sus facetas. En lo vocal, consigue rememorar su estilo inconfundible. Garland era una mujer de contrastes. Era capaz de sorprender al público al cantar, de repente, con mucha potencia, y luego volver a un tono más tranquilo, luciendo su registro amplio (a veces, también, jugando con el tempo). Por eso, la identificaba esa fuerza que tenía guardada dentro de un cuerpo pequeño y de 1,51 cm de alto, que parecía a punto de explotar cuando encaraba esas notas, pero se mantenía más firme que nunca. Me pregunto si esta forma de cantar no tenía que ver con su personalidad. Puede haber sido por su tendencia a mostrar cómo podía hacer todo al límite (lo mismo sucedía con las pastillas y el alcohol). Así, entregaba todo en escena y todavía tenía resto para más (como Karina K). También, puede haber sido una forma de mostrar seguridad, que ella podía hacer lo que quisiera en el escenario por sí misma, sin las presiones que tuvo que sufrir desde muy joven por parte de los estudios fílmicos MGM. Allí, la acomplejaban por su aspecto estético (por ejemplo, le ponían carillas sobre sus dientes torcidos o le indicaban cuándo y qué comer). También, según ella misma declaró, le daban pastillas para mantenerla enérgica por varias horas de rodaje y, luego, pastillas para que se pudiera dormir, hasta que la despertaran y le dieran nuevamente pastillas que la vigorizaban, como si fueran un robot con botón on/off. Entonces, su voz poderosa y su rebeldía le pudieron haber servido para mostrar que ella era mucho más de lo que aparentaba, y que era una mujer fuerte que nadie podía controlar (al menos, eso creía ella).
Karina K recrea con maestría y excelente técnica vocal a esa mujer frágil que se revitaliza en el escenario y, a la vez, hace catarsis. Versiones desgarradoras como las de “You Made Me Love You” y “Come rain or come shine” están cargadas de expresión, al igual que el emocionante final. Cuenta la anécdota que Judy grabó una canción para la película Nace una estrella en 27 tomas (durante 3 días) hasta conseguir la emoción esperada.
Desde lo actoral, adopta una postura para mostrar esa vulnerabilidad (además, bajó de peso) y mantiene una actitud sumamente hiperquinética, tanto al moverse como al hablar, o simplemente al agarrar un cigarrillo. Además, adopta el histrionismo de Judy, utilizando gestos característicos (que traen reminiscencias, también, de su hija Liza Minelli), y hace que sintamos pena por su debacle.


Antonio Grimau compone magníficamente, con sensibilidad y sutileza, a un pianista homosexual, logrando superar su gran actuación en El precio. Se anima, incluso, a cantar unas líneas.
Federico Amador tiene un rol difícil, al compartir escenario con dos grandes actores. Sin embargo, logra otorgarle a su personaje ciertas ambigüedades que requiere, que no es conveniente adelantar.

El texto de Peter Quilter, en una buena adaptación de los cotizados Fernando Masllorens y Federico González del Pino, es generoso con la actriz protagónica, a quien cede casi todo el peso de la obra (como ya le había pasado a Karina K en Souvenir). Aquí, no hay intriga por ver qué sucederá ni vueltas de tuerca, sino que la prioridad es pintar a una leyenda como Judy Garland en 1968, cuando estaba próxima a su muerte, de la mano de anécdotas interesantes. Un acierto es la forma en la que entremezcla el drama con el humor, y otro es la dosificación de las referencias al pasado de la artista durante la Era Dorada. Las canciones (cuyas versiones en castellano fueron hecha por Alberto Favero y Karina K) también están bien intercaladas. Por supuesto, está “Over the rainbow” (debo confesar que, a los 6 años, por culpa de mi mamá, yo era fanático de El Mago de Oz; tanto del libro como de la película, su versión teatral y el musical The Wiz). Particularmente, me gustó la inclusión de “Get happy”. Aclaro de vuelta: este no es un musical, sino una obra con música.
Hay cierta ironía en la forma que Judy Garland terminó convirtiéndose en el Norman Maine que su personaje trataba de proteger en Nace una estrella.


Alberto Favero aporta su profesionalismo en la dirección musical y en el piano, para darle vida a grandes melodías de la mano de Arturo Puertas (contrabajo) y Quintino Cinalli (batería).

Tanto la dirección de Ricky Pashkus como la escenografía (de Héctor Calmet) y el vestuario (de Pablo Battaglia) podrían sintetizarse en una sola palabra: realismo. La obra es muy humana, y por eso conmueve.
La iluminación de David Seldes sirve para marcar la transformación de Judy en el escenario, en contraste con su vida en el hotel.

En resumen: Karina K encarna a Judy Garland con una entrega conmovedora, y se sigue consolidando como una de las mejores actrices de nuestra escena. Desde lo vocal, logra versiones desgarradoras y poderosas de algunos clásicos de la artista. La dirección de Ricky Pashkus se focaliza en darle realismo a la obra.
 -.-.-.Espectador Crítico de Musicales.-.-.-

Más información:
Dirección general: Ricky Pashkus
Producción general: Javier Faroni
Teatro: Apolo (Av. Corrientes 1372) – Tel.: 4371-9454
Desde el 11/9: Teatro Astros (Av. Corrientes 750)
Precio de las entradas: $180 y $200. Ahora: $180, $220 y $240.
Funciones: jueves y viernes 21 hs, sábado 21:30 hs. y domingo 20 hs.
Duración: 1 hora y 40 minutos
Promociones: 2x1 con Club La Nación y 15% de descuento con Visa Citi

Para cerrar, les dejo algunas frases de Judy que encontré en Internet, y que reflejan algo de lo que se ve en la obra:

“Yo quería creer e intentaba creer con todas mis fuerzas en el arcoiris que trataba de de atravesar y no podía. ¿Y qué? Muchas personas tampoco pueden”

“En cuanto a mis sentimientos hacia “Over the rainbow” [de El Mago de Oz], esa canción se convirtió en parte de mi vida. Es tan simbólica sobre mis sueños y deseos que estoy segura de que es por eso que, a veces, asoman lágrimas en los ojos de las personas cuando la escuchan”

“Cuando viviste la vida que yo viví, cuando amaste y sufriste, y estuviste locamente feliz y desesperadamente triste... bueno, ahí es cuando te das cuenta de que nunca vas a poder sentar cabeza y establecerte en un lugar. Tal vez es mejor morirse antes”

“Soy una mujer que quiere estirar sus abrazos y acoger a 40 millones de personas entre sus brazos”

“Soy una leyenda. Entonces, ¿por qué estoy tan sola?”

“Detrás de una nube, hay otra nube”

“Siempre tenés que ser una versión propia de primera clase, en vez de una versión ajena de segunda clase”

“¿Creés que podés hacerme cantar? Podés llevarme allí, claro, pero ¿podés hacerme cantar? Yo canto por mí misma. Canto cuando quiero, sólo para mí. Canto por mi propio placer, cuando quiero. ¿Entendés eso?”

Nota: esta última frase contrasta con lo que el personaje de Judy dice en la obra (que canta para la gente). Yo creo que el público la devolvía a la realidad y le daba aliento. De hecho, fue él quien la inmortalizó. No obstante, esta frase muestra su costado indomable (eso que yo había percibido en su forma de cantar). Cuando ella veía que la gente quería que cantara, ella tenía ganas de de cantar, y ese era el “placer” al que puede referirse: el de compartir una conexión secreta con el público, que hiciera felices a ambas partes.

martes, 12 de noviembre de 2013

Crítica de "2012, ¿y si fueran tus últimos días?", de Carla Liguori, Javier Raffa y Agustín Konsol

Categoría: OBRA MUSICAL

Crítica de 2012, ¿y si fueran tus últimos días?

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Teatro “La Clac”).

Calificación: 9/10 

ATENCIÓN: QUEDAN LAS FUNCIONES DEL 24/11 Y EL 1/12



¿De qué se trata?: En el 2012, año en que las profecías mayas indicaban que iba a terminar el mundo, Vera cumple 30 años. Insatisfecha con su vida, tratará de encontrar la felicidad… antes de que sea demasiado tarde.

El punto fuerte de la obra: el desopilante libro de Carla Liguori y Javier Raffa.
El texto es gracioso, ácido e inteligente, fundamentalmente porque Liguori y Raffa delimitaron muy bien a sus personajes. Entonces, al saber perfectamente cómo se comportan, no necesitan recurrir al chiste fácil, sino que el humor brota de la interacción entre estos seres. Es más, cuando uno escribe una historia con personajes como estos, según mi visión, es difícil soltarlos, porque siempre hay algo más que se puede agregar, sin que desentone. Claro, siempre y cuando haya creatividad detrás, como en este caso.
Otro aspecto positivo del texto es que se nota que 2012, ¿y si fueran tus últimos días? es una obra argentina. Habla de muchos rasgos de nuestra idiosincrasia, y por eso los estereotipos nunca son forzados, y provocan más risas (hay una conexión directa con el espectador). Más allá de esto, también hay ocurrentes referencias a la cultura popular nacional.
Por esto, creo que el atractivo principal de la obra es que busca la constante complicidad de un público dispuesto a reírse de sí mismo, al verse reflejado en los personajes o algunas situaciones. Por ejemplo, y siguiendo como la idea de aceptación de uno mismo que propone la historia, yo me sentí identificado con el hecho de pedir que me llamen a mi celular en vez de llamar yo mismo, porque es frecuente que no tenga crédito. Pero, por otra parte, el texto apunta a que podamos reconocer aspectos de las personas que nos rodean, y poder decir internamente (como yo): “Mi mamá muchas veces se parece a Liliana” o “No estoy solo en eso de recibir llamados de operadores insistentes (y mensajes de texto con premios ilusorios de compañías de autos, al margen)”. Esto se logra gracias a la mirada atenta de la realidad contemporánea que tienen Liguori y Raffa, y su capacidad para traducirla en diálogos afilados y comentarios ingeniosos, como los que Vera (aunque algunos son políticamente incorrectos, uno no puede evitar pensar que tiene razón). A través de Vera, un personaje muy bien escrito, pueden jugar con la ironía y, al mismo tiempo, generar empatía.
Lo que nos proponen es encontrar el lado cómico a lo que podemos ver como negativo en nuestra vida. A todos nos ha pasado sentir que fracasamos y no sabemos cómo seguir o tenemos la autoestima baja o nos preguntamos, como indica el título, qué haríamos si supiéramos que nuestra vida está por terminar. Por eso, tiene mucho valor el mensaje que la obra quiere transmitir, frente a otras respuestas más vanas a la desesperanza, como ciertos libros de autoayuda (en el musical se parodia el fanatismo por El Secreto, que reconozco haber hojeado un poco, por curiosidad).
Las letras, del mismo dúo creativo, son originales y graciosas (hay, por ejemplo, una canción sobre Freud, otra sobre refranes y otra sobre las malas palabras).

La inteligente dirección de Liguori demuestra su conocimiento del teatro off. Destaco, sobre todo, la dosificación del recurso de romper la “cuarta pared” para hablarle al público y la idea del pizarrón. Encargada también de la escenografía, tuvo inventiva para crear espacios con pocos recursos, y es interesante ver cómo quiso definir una estética con tonos azulados (acompañada por el vestuario, también de Liguori, y las luces).

En lo interpretativo, Liguori (como Vera) brinda una actuación magnífica, y muy divertida, en la que se apoya toda la obra. También es una sorprendente cantante, como se percibe en el número “Perdida”, con una melodía lindísima (la música es de ella misma y de Agustín Konsol). No pasa desapercibido su breve tributo al Aria de la Reina de la Noche.
Es difícil componer para una comedia, pero la música de 2012…no desentona, sino que suma humor. Liguori y Konsol compusieron un musical hecho y derecho, porque la música es teatral, y acompaña el tono de la obra. Por esto, las melodías se ajustan a los personajes.
En ese sentido, pienso que el número musical más logrado es de Pato Chaneton (Liliana, la madre de Vera), con una composición actoral genial.

Liguori reunió a un muy buen elenco, con actores que ponen mucha dedicación y se manejan bien con el humor.
Me gustaría resaltar los trabajos de Facundo Velez (como Dante, el amante de los refranes) y Sabrina Artaza (como Solange, la amiga de Vera). Velez le imprime a Dante una voz nasal, y es capaz de seguir colocando el aire en ese sector mientras canta (por cierto, brinda un homenaje simpático y ocurrente a la comedia musical y nombra, por ejemplo, el belt). Artaza, por su parte, se destaca en lo interpretativo, con un personaje tan disparatado como entrañable.

El elenco se completa con Carlos Miceli (como el psicoanalista), Fernando Devito (Ernesto Plagas, un profeta de esta era), Javier Belay (Pedro, de quien Vera está enamorada) y Belén Caccia (Constanza, una operadora de Telefónica). Todos ellos aprovechan sus intervenciones para arrancar risas y se mueven cómodos en lo musical.

La presencia de Agustín Konsol en el teclado, en vivo, suma mucho. El músico toca con pasión, ritmo y técnica. Se nota que tiene mucha intuición para lo musical y que sabe darle expresividad a las melodías, tomando decisiones de muy buen gusto. Además, junto con José Luis Marinelli, armó los arreglos corales.

Desde mi punto de vista, el humo es innecesario, y encarece la producción. Pero, si no molesta a los intérpretes para cantar, no resta.

Dato de color: en el baño de hombres del teatro “La Clac” hay un póster de El Fantasma de la Ópera.

En resumen: Un excelente e ingenioso texto de Carla Liguori y Javier Raffa y la descollante interpretación de Liguori son los dos pilares de esta entretenida propuesta, que logra generar interés inmediato en el espectador. A través del humor y la ironía, permite que el público se ría de su propia vida, reflejada en los personajes. Es notable la dedicación de todo el elenco. Se destacan el brillante el trabajo de Agustín Konsol en el teclado, las actuaciones de Facundo Velez y Sabrina Artaza y el número musical de Pato Chaneton.

Aunque, como diría Vera, “¡Qué me importa! ¿Quién carajo se creen que son los críticos para opinar de obras que no hacen? Son unos fracasados, cuyo único mérito es ser parte de un grupo de pelotudos que no se miran a sí mismos, y pretenden corregir a los demás. ¿Por qué no se suben esos infelices al escenario? Seguro que los hijos de puta saben que son una mierda y, para contrarrestarlo, se descargan con los demás, y les chupa un huevo su esfuerzo”.

Más información:
Dirección: Carla Liguori.
Teatro: La Clac (Avenida de Mayo 1156). Para que lo encuentren más fácilmente, aclaro que se ingresa a través de un bar.
Funciones: domingos a las 20:33 hs.
Duración: 2 horas.
Entradas: $100 (consultar Facebook o el mail de la productora para 2x1).
Dirección de actores: Fernando Devito.
Dirección vocal: José Luis Marinelli.
Maquillaje y rulos: Sofía Nuñez.
Asistente generalísimo: Santiago Tezza.
Producción general: De Eso Se Trata Creaciones Artísticas.
Reservas: deesosetratacreaciones@gmail.com y a través del Facebook de la productora.

https://www.facebook.com/deesosetrata.creacionesartisticas

Fotos: Fuentes 2 Fernandez.

martes, 30 de julio de 2013

Crítica de "Frida, entre lo absurdo y lo fugaz", de Carla Liguori, Javier Raffa y Agustín Konsol

Crítica de Frida, entre lo absurdo y lo fugaz

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Teatro La Comedia).

Calificación: 9/10



¿De qué se trata?: Un recorrido por los hitos más destacados de la vida de la pintora mexicana Frida Kahlo, tanto desde un punto de vista intimista como en contacto comprometido con su entorno. Se exploran sus relaciones con, por ejemplo, Diego Rivera, Tina Modotti, Chavela Vargas y León Trotsky.

El punto fuerte de la obra: la dirección general de Carla Liguori. Ella es el motor de este espectáculo (además de su gestora), garantizando que nada esté fuera de lugar, y la creadora detrás de las brillantes decisiones artísticas. Su tarea es titánica, porque no solo tuvo que coordinar a 40 artistas en escena (sí, son realmente 40), sino que tuvo que estar en cada detalle de una obra que desborda creatividad, y se nota que no se hizo al azar. El esfuerzo está puesto para que todos los recursos sean teatrales y enriquezcan la historia, y la increíble fuerza visual no es gratuita, no es un simple efecto (me referiré a esto más adelante). Se nota que hay búsqueda artística, que se quiso hacer algo distinto, en vez de tomar la salida más fácil. En este caso, la búsqueda fue exitosa, porque potencia lo que se quiere contar. Todo está muy integrado gracias a la dirección; todos los elementos están atravesados por la original visión de Liguori.

Las coreografías de Nadia Savl son impactantes. Logró desarrollar tres estilos muy diferenciados entre los integrantes del ensamble que conforman el cuerpo de baile. Esos estilos se dan dentro de tres grupos: las seis bailarinas que representan a la muerte (con una técnica asombrosa), los bailarines del cuadro “Gringolandia” (con un estilo jazzero) y los bailarines mexicanos (se mueven con mucha gracia y pasión). De todos, el que más me gustó fue el de las bailarinas de la muerte, porque presentan movimientos muy imaginativos (sobre todo los que hacen afirmadas en una sola pierna) y figuras fantásticas (y difíciles de hacer), efectuando contorsiones con sorprendente naturalidad. Utilizan tanto la media punta como la punta. El uso de estas bailarinas (que, en una interesantísima decisión, reciben a los espectadores apenas entran a la sala) se vuelve muy simbólico y efectivo a lo largo de la obra. Hay que mencionar que el enriquecedor entrenamiento acrobático y la asistencia coreográfica estuvieron a cargo de Aldana Queirolo. Es cierto que no se puede definir qué estilo es el que bailan (por momentos, danza contemporánea, mezclada con elementos de clásico, y por otros, danza acrobática). Incluso, un espectador que tenía a unas butacas de distancia comentaba que le hacía acordar a Cats. Pero yo lo interpreté como un aspecto de la imprevisibilidad de la muerte, por momentos delicada y sigilosa y por otros violenta y abrupta.
Pero, más allá de esos tres grupos, la coreografía está presente en marcaciones para otros personajes, como para los jóvenes revolucionarios  durante “Juventud ardiente” (donde, además, se integraron muy bien los libros al baile) o en el cuadro “Torcida”, donde adquiere también un simbolismo fuerte (acompaña perfectamente lo que se dice, pero también sugiere más allá de las palabras).


La dirección de arte de Mariano Pauplys y el trabajo del encargado del contenido audiovisual, Guido Tondo, se lucen durante todo el espectáculo, y constituye un ejemplo de cómo apelar a la inteligencia para resolver la escenografía con pocos recursos, así como aprovechar el espacio. Esto se debe a que los escenarios (muchas veces, abstractos y originales) se proyectan en tres pantallas, ubicadas en distintos planos (para facilitar las transiciones al entrar y salir los personajes). Complementa perfectamente la historia, e ilustra el universo creativo de la mente de Frida (por ejemplo, durante “Lo que el agua me dio”, siendo el agua, además, tan importante para la pintura), pero, además, se adentra en cuestiones más complejas y dolorosas con audacia. También, permite mostrar fragmentos de la obra de Frida y algunos de la de Diego Rivera.
Me gustaría sugerir (sin dar muchos detalles) tres momentos donde se hace un uso muy interesante de las pantallas: las escenas del tranvía, la del mural donde Diego Rivera incluye a Lenin y la de los clavos.
Más allá de las pantallas, se utilizan elementos como sillas, mesas y una cama para la escenografía.

Desde lo actoral, Carla Liguori es una Frida muy convincente, que muestra distintos matices al actuar y cantar. Es un personaje complejo, que ella aborda siempre desde la fortaleza, aunque no le escapa a la emotividad. Sus vínculos fueron muy importantes para su obra, y la actriz logra establecer relaciones significativas. Tiene la tarea de explorar diferentes aspectos, por ejemplo, la juventud revolucionaria y apasionada que marcaría su vida, el cinismo y la audacia, la extraña relación con su marido Diego Rivera (“incomprensible para los extraños”, según el programa), la militancia desde la adultez, el reconocimiento como pintora y la tragedia. Liguori está casi todo el tiempo en escena, y tiene la responsabilidad de llevar adelante el ritmo de la obra. Se nota que hubo mucha investigación para componer a un personaje tan rico.

Por supuesto, el guión de la misma Carla Liguori y Javier Raffa ayuda mucho. Hace un buen resumen de los acontecimientos y facetas más importantes de la vida de Frida, permitiendo entender por qué fue una persona transgresora, que dejó una huella en la historia, y cómo su vida influyó en su pintura. También, se propone ilustrar la consigna de una vida marcada por “lo absurdo y lo fugaz”. Además, a pesar de que el espectáculo es relativamente largo y no tiene intermedio, no aburre, y es muy dinámico e interesante. Hay un equilibrio muy bueno entre las escenas más intimistas y las grupales.
La misma dupla escribió las letras, que permiten adentrarse en la mente de los personajes, que el entorno de la pintora refleje situaciones importantes o incluso situar el contexto de la acción. Algunas letras tienen metáforas muy buenas.



La música es de Carla Liguori y Agustín Konsol, y su variedad la hace atractiva. Adquiere fuerza y expresividad al transitar tanto los graves como los agudos dentro del mismo motivo musical, plasmando probablemente las ya comentadas facetas que presenta Frida y otros personajes centrales. Todos fueron trabajados desde su condición de humanos ante un contexto convulsivo y un destino adverso, ante el que no son indiferentes. La preparación vocal es de Maia Barrio, y me sorprendió el alto nivel vocal que demuestran tener muchos de los miembros del elenco, lo que demuestra que las audiciones fueron rigurosas (lo mismo se ve en el baile). Los arreglos corales del experimentado Gabriel Giangrante garantizan que en las escenas donde muchos personajes cantan a la vez realmente se escuche que hay muchas voces, con variaciones que enriquecen la partitura. Lo interesante de la música es que no busca generar melodías pegadizas, sino acompañar el relato.
A propósito, el sonido (de Lavecchia Sonido, operado por Abel Zamundio) es muy bueno.
Volviendo a un tema de dirección, la distribución espacial está muy bien pensada, sobre todo para resolver cuadros numerosos, donde se aprovecha el ancho y la profundidad del escenario. Otra decisión acertada para contribuir a la estética es la de las telas que operan las bailarinas de la muerte (acompañadas correctamente con lo que se proyecta, para estremecer, en una escena que no conviene adelantar).

Ariel Leyra es un estupendo Diego Rivera, sobre todo en lo actoral. Muestra un compromiso constante y se conecta muy bien con Liguori.
Del resto del elenco (que tuvo entrenamiento actoral con Zaida Rico), si bien todos aprovechan sus pequeñas intervenciones (Frida y Diego son los que más tiempo están en escena, y el resto va rotando), me gustaría destacar a dos intérpretes. La primera, Diana Amarilla como Matilde Kahlo (una de las hermanas de Frida), que demuestra sensibilidad y destreza vocal. La segunda, Sabrina Artaza (como Tina Modotti), principalmente porque resulta una revelación en lo actoral y vocal (ya se sabe que es buena bailarina), y porque su personaje tiene la frescura necesaria.

El vestuario del estudio Saldiva-Spiridone sobresale por su diversidad (hay varios cambios de ropa), y es sorprendente, así como el maquillaje de Sofía Núñez (sobre todo para las bailarinas de la muerte) y el peinado de Claudia Penas (se hizo un buen trabajo con el pelo del Frida).

La iluminación de Magdalena Berretta Miguez está en sintonía con lo que se proyecta (se prioriza que no tape la pantalla). Un muy buen recurso lumínico se utiliza en la escena del funeral.

En resumen: Este musical de fuerte estética e impronta visual, comandado por la visión creativa de su directora, Carla Liguori, brinda una entretenida biografía de la pintora mexicana Frida Kahlo, que además permite comprenderla en sus múltiples facetas.

Prensa: Duche-Zarate (www.duchezarate.com.ar).

Fotografía: Gonzalo Guerechit Ratti.

https://www.facebook.com/fridaentreloabsurdoylofugaz

Más información:
Dirección: Carla Liguori.
Teatro: La Comedia (Rodríguez Peña 1062).
Duración: 2 horas y 15 minutos.
Funciones: lunes a las 20:30 hs.
Entradas: $100.
Promoción: 2x1 con Club La Nación.

Elenco: Carla Liguori, Ariel Leyra, Marisa Provenzano, Manuel Feito, Candela Cibrián, Diana Amarilla, Carolina Díaz Codeso, Javier Belay, Pilar Miori, José Luis Marinelli, Sabrina Artaza, Eugenia Encina, Carlos Micelli, Pamela Tello, Eduardo M. Blanco, Pato Chaneton, Juan Otero Ramos y ensamble. Reemplazos femeninos: Florencia Bobadilla.

miércoles, 24 de julio de 2013

Crítica de "Tanguito Mío, un musical bien guapito", de Gastón Marioni (libro y letras) y Tato Finocchi (música)

Crítica de Tanguito Mío, un musical bien guapito

Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Teatro Maipo).

Calificación: 9/10


¿De qué se trata?: Juan regresará al conventillo donde vivió su abuelo en los años 30 para descubrir el nacimiento de su historia de amor, en medio de tango y enredos.

El punto fuerte de la obra: la espectacular puesta en escena y dirección de Gastón Marioni, que va de la mano de las excelentes e imprescindibles interpretaciones del elenco.
Gastón Marioni (a cargo también del libro y las letras originales) diseñó una puesta visualmente impresionante y dinámica, ideal para captar la atención de los chicos. Pero lo más interesante es que sus recursos son teatrales y no caprichosos, como en numerosas producciones. Lo que se ve realmente enriquece la historia. Ideas como la de las esferas luminosas (dicho sea el paso, el diseño de luces, también del director, es impresionante durante toda la obra y fundamental), el uso del arnés, la plataforma que se desplaza a lo largo del pasillo o, sobre todo, la constante intervención de los avioncitos de papel, son meritorias. Además, se hace un uso correcto del ancho y la profundidad del escenario para la disposición de los actores a lo largo de las escenas. Esto está posibilitado por la asombrosa y creativa escenografía de Martina Urruty, en la que las edificaciones pueden rotar y mostrar la fachada o el interior (la escena con los cuatro jóvenes de la historia, cada uno en el piso de arriba de sus vivienda, es muy lograda). Las transiciones están bien resueltas.


Más allá de lo visual, se destaca el ritmo que se le imprimió a este musical (con aires de sainete), acatado con exactitud por los intérpretes. En este caso, no sería justo resaltar a ningún actor en particular, porque todos son impecables y con gran calidad vocal. Ellos son Fernando Dente, Agustina Vera, Diego Mariani, Vanesa Butera, Tiki Lovera, Guido Botto Fiora, Luciano Guglielmino y Juan Pablo Pereira. Reflejan con comicidad y gestualidad los tipos populares de los conventillos, con personajes de distintas nacionalidades.
Frente a tantos espectáculos infantiles que descuidan la calidad de sus actores y apuntan más a hacer una copia de otra historia, Tanguito Mío ofrece lo contrario: artistas comprometidos y carismáticos y mucha creatividad. También, lo que la distingue de muchas otras propuestas para chicos es que sus intérpretes cantan en vivo. Siempre me molestó que se subestimara a los niños montando obras con un playback desastroso, que varias veces acopla. Tanguito Mío tiene un muy buen sonido y sus intérpretes no bajan su nivel vocal porque se trate de una propuesta infantil. Además, Hernán Matorra toca el teclado, la guitarra y el bandoneón en vivo, y hasta actúa un poco.
La coreografía también estuvo a cargo de Gastón Marioni, con la asistencia de Andrea Benassi para el tango, y contribuye a generar interés, sin saturar, y a despertar una atmósfera tanguera. Con respecto a eso, resultan muy buenos los apuntes a clásicos del tango, a los que se integran la música original de Tato Finocchi (también responsable de los arreglos), acertada en su tono y atractiva.
El libro de Gastón Mariani plantea situaciones y diálogos divertidos, y la historia central es atractiva. Además, el contenido sobre los inmigrantes es ideal para que los chicos aprendan sobre el pasado de la ciudad y los aportes extranjeros en la cultura porteña, y se exaltan el amor y la amistad.
Tanto el vestuario de Kitty Di Bártolo como el maquillaje y peinado de Javier Cardini son muy profesionales, y le agregan color al relato.
Las animaciones de Lucía Suárez y Fabricio Basilotta, proyectadas detrás de la escenografía, generan un muy lindo clima durante una escena romántica.


Entonces, creo que este espectáculo es altamente recomendable para chicos de variadas edades, y que no va a aburrir a los padres. Vale la pena atravesar la caótica Av. Corrientes (al menos durante estas dos semanas), esquivar las largas colas y a decenas de vendedores que te ofrecen merchandising de Violetta sin discriminar sexo ni edad (punto aparte, ¿no ven que pasa por ahí gente lo suficientemente grande y heterosexual como para no querer usar una bincha rosa?) o los vendedores de saxos cloacales (en la vereda de enfrente) y acercarse al Maipo a disfrutar de un espectáculo nacional creativo y bien hecho, y que los chicos seguramente apreciarán y recordarán.


En resumen: Formidable puesta y dirección de Gastón Marioni para un espectáculo que nunca aburre y entretiene con recursos valiosos. No hubiese sido posible de realizar sin el increíble y comprometido elenco, con un alto nivel vocal, que funciona como un verdadero equipo y tiene un desempeño aceitado para garantizar el ritmo de la historia. Un musical original que puede atraer a chicos de edades diversas, y también a adultos.

Fotos: https://www.facebook.com/TanguitoMioMusical

Más información:
Dirección: Gastón Marioni.
Teatro: Maipo (Esmeralda 443).
Duración: 1 hora y 20 minutos.
Funciones: durante lo que queda de las vacaciones de invierno y, después, sábado y domingo, a las 16 hs.
Entradas: $80 a $120.

Promociones: 2x1 con Club La Nación.

Nota: Al ser infantil, la nota asignada a la obra obviamente tiene en cuenta el público principal al que se dirige la propuesta.