Crítica de tick, tick... ¡BOOM!
Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2012 (Maipo Kabaret) – 2013 (Centro Cultural Konex).
Calificación: 7/10
¿De
qué se trata?: Un compositor de musicales (Jon)
que vive en Nueva York atraviesa una crisis cuando está por cumplir 30 años a
principios de una década donde se pierden todas las certezas: 1990. En medio
del desorden que experimenta su vida, se cuestionará su sueño de ser exitoso y
su relación con quienes lo rodean, principalmente su novia (Susan, una
bailarina) y Mike (su mejor amigo, un ejecutivo triunfante que ha dejado de lado
sus aspiraciones artísticas). Todo será puesto a prueba, y él nos contará sus
sentimientos en primera persona.
El punto fuerte de la obra: las letras y la música de Jonathan Larson, quien también ideó un buen libro. Su
trabajo en Rent (por el que ganó el
Pullitzer póstumo) fue incuestionablemente brillante, y obviamente tick, tick... ¡BOOM! no puede compararse
con esa obra. Sin embargo, la genialidad de Larson aflora en algunas excelentes
canciones y ciertos momentos del texto.
Considero que las mejores canciones son:
1) “Abrí los ojos” (“Come to your
senses”).
2) “30/90”.
3) “Siempre se puede cambiar” (“Louder
than words”).
4) “¿Por qué?” (“Why”).
Pueden escuchar las versiones en inglés
acá:
Lo bueno de estas canciones es que,
además de ser melódica y armónicamente atractivas, todas cumplen una función
importante dentro de la obra, haciendo reflexionar tanto a los personajes como
al público. Todas están cargadas de los sentimientos de los personajes, de
emotividad.
Es inevitable la comparación de la obra
con el musical conceptual Company (uno
de mis preferidos, que llegará a Buenos Aires en unos meses), de Stephen
Sondheim (presente y homenajeado en tick,
tick... ¡BOOM!, al ser el compositor favorito del protagonista). En ella,
Bobby también entra en crisis cuando cumple 35 años (la obra es sumamente
inteligente, reflexiva y entretenida). Como el personaje de Jon, él también
está permanentemente en el escenario y habla con los espectadores en constantes
apartes, describiendo situaciones con sentido del humor. Si bien Larson no
igualó en tick, tick... ¡BOOM! la
incomparable habilidad de letrista de Sondheim, escribió versos ingeniosos para
la obra, que a veces van más allá de lo evidente o explícito, para buscar que la
poesía y música de las canciones realmente profundicen la acción dramática,
evocando diferentes sensaciones. Invitan a sentirse identificado y pensar sobre
la forma en que vivimos nuestros vínculos.
Además, Larson juega con el humor con
acierto, y no cae en golpes bajos cuando debe tratar temas dramáticos. Muchas
de las líneas buscan reflejar tipos de la sociedad moderna y burlarse de
algunas situaciones que surgen de ellos. Entonces, por ejemplo, se retratan
paródicamente un extraño brainstorming
de una agencia de publicidad, los estereotipos de una oficina, el
comportamiento de ciertas personas mayores en el teatro y conductas infantiles
en los adultos. Jon es un personaje muy observador, crítico de las costumbres
de la sociedad, y es él quien lleva adelante la historia, con gran cantidad de
texto y momentos en los que está solo en el escenario, y debe recrear una
situación a partir de su descripción (como hace por momentos Mark en Rent, cuando habla frente a su cámara).
La difícil tarea de interpretar a Jon
recayó en Paul Jeannot, quien se pone la obra al hombro al estar, como se ha
dicho, todo el tiempo en el escenario y tener que generar una conexión especial
con el público. Jon es infantil, inquieto, soñador, verborrágico, inmaduro e
inseguro. Muestra toda su fragilidad con honestidad y, a la vez, sabe reírse de
sí mismo en medio de su crisis. La complejidad de encarar esa personalidad,
transmitiendo además sus pensamientos, sentimientos y reflexiones, y tener a
cargo el ritmo de la obra, al activar la imaginación al espectador, poniéndolo
en contexto en cuanto a lo que no ve, es algo que se eligió contar desde el
desborde (desde la actuación y la dirección de Nicolás Roberto). No significa
que me parezca mal. De hecho, esa marcación ilustra el caos en la cabeza de
Jon, que se muestra exaltado y vacilante y tiene sentido porque la obra se
presenta desde su subjetividad y no adopta nunca otro punto de vista. Está a
punto de explotar. El riesgo que se corre cuando se manejan los excesos es que
lo que se observa no adquiere realismo. Si en la obra se hubiera profundizado
la exploración dramática, hubiera llegado al espectador por otra vía (no
podemos, no obstante, aventurar con certeza su resultado). Hago la distinción
para indicar que fue una elección arriesgada, pero la obra sale airosa del
desafío y llega a emocionar en su segundo acto, precisamente por la empatía que
termina generando Jon, que nos confiesa todo y lucha por su sueño y por ser una
persona mejor. Se genera un clima de angustia y desesperación, pero Jon no se
muestra débil. Por eso resulta tan interesante y sorpresivo escucharlo cantar
tras la revelación que cambia su forma de ver las cosas. A través de la letra
de Larson, Jeannot puede expresar, en esa escena, los sentimientos más
auténticos de su personaje. Ese momento rompe con la tensión gradual, y Jon
adquiere matices más oscuros, y lo modificará hasta el fin de la obra.
Jeannot se apoya en su carisma, y se
mueve con soltura y disfrute, comprometido con transmitir la historia y el
desborde de Jon, y cabe destacar que demuestra su habilidad como pianista. Pero,
además, realizó junto con el director la difícil adaptación del texto original,
que resultó ser buena. No obstante, por momentos, al menos en la función a la
que asistí (en el Maipo Kabaret) la música tapaba las voces de los intérpretes,
impidiendo escuchar claramente lo que cantaban, pero es probable que el sonido
se ido ajustando. Los músicos en vivo (Gonzalo Botí, Diego De Carlo, Martín
Sokol y Juan Martín Damiani) realizan un gran trabajo.
Todos los actores cantan sin fisuras, y
la partitura les brinda solos para su lucimiento.
Andrés Espinel compone a Mike, el incondicional
amigo de Jon, y dosifica acertadamente sus emociones en un personaje que
experimenta contradicciones. Además, hace que su vínculo con Jon sea verosímil
al aconsejarlo y preocuparse por él. Se luce cantando “¿Es esto real?”, al
final del primer acto.
Natalia Cesari interpreta a Susan (la
novia de Jon) y a Karessa (la estrella de su musical, “Superbia”), y alterna
uno y otro personaje con un simple cambio en su peinado, además de dotarlos de
distintas formas de hablar, acertadamente. El recurso del pelo está
magníficamente resuelto durante la canción “Abrí los ojos” (donde Cesari se
destaca como cantante), en el que la actriz puede ser los dos personajes al
mismo tiempo, y, en esa dualidad, cada uno le dice algo distinto al
protagonista. Se la ve cómoda en el escenario.
Por otra parte, estos dos actores
desempeñan otros papeles secundarios: padres de Jon, su representante y gente
de la oficina, por ejemplo. Ellos les dan la posibilidad para exagerar aún más los
estereotipos presentados.
La escenografía simple de Fabián Macina
(realizada por Leandro Gorriti) resulta muy funcional. Javier Vázquez propuso
un interesante diseño de luces, con fondos de colores, que resulta esencial
para hacer más atractivas las escenas.
En resumen: Un
musical pequeño, pero con grandes canciones de Jonathan
Larson, con momentos ingeniosos y una temática para reflexionar sobre los
miedos, los vínculos y los sueños. Alcanza un efecto peculiar, pues al trabajar
desde el diálogo directo del protagonista con el público y la exageración introduce
al espectador en la conflictiva mente de su protagonista, antes de buscar el
realismo dramático. Consigue emocionar sin golpes bajos.
Más información:
Dirección: Nicolás Roberto.
Teatro: Centro Cultural Konex (Sarmiento
3125).
Duración: 1 hora 50 minutos (incluyendo
un intervalo de 10 minutos).
Funciones: finalizaron el viernes 7/6/2013.
Funciones: finalizaron el viernes 7/6/2013.
Entradas: $100.
Fotos: http://www.facebook.com/ttbargentina/
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