Crítica de Borracho, un
after musical
Buenos
Aires, Argentina.
Temporada
2013 (Sala Siranush).
Calificación: 6/10
¿De
qué se trata?: Un
musical conceptual, de estructura no convencional, que sumerge al espectador en
un bar, donde dos parejas viven idas y vueltas en su vida amorosa, acompañadas
por música y tragos. Así, el alcohol desatará sus emociones y les abrirá un
nuevo panorama.
El punto fuerte de la obra: Josefina
Scaglione.
La rosarina
que protagonizó West Side Story en
Broadway sigue deslumbrando y probando que es uno de los grandes talentos
jóvenes. Desde su entrada vigorosa, cantando una maravillosa versión de “Poker
Face”, se gana con creces el reconocimiento del público. Su pulida técnica
vocal es indiscutible, pero también sabe cantar con matices, porque es una
excelente actriz, y es esa condición de artista integral la que transmite tanto.
Por supuesto, su postura y su baile también suman. Nunca sale de personaje (hay
que reconocer que los otros intérpretes tampoco), al que compone en forma muy
verosímil. Improvisa sin problemas, moviéndose con una naturalidad destacable e
interactuando con el público sin caer en excesos. Es sorprendente ver a una
actriz que realmente vive la situación que le toca asumir en una obra,
trascendiendo lo que solo es correcto o esperable para buscar nuevas formas
expresivas. Por eso, es muy intuitiva. Esto se habrá logrado, seguramente, como
resultado de un trabajo de taller previo para desarrollar la obra, bajo la
dirección de Leo Bosio, quien también escribió el delirante libro (por
momentos, intencionalmente incoherente).
Su puesta es
sumamente creativa, y lo reafirma como creador imaginativo, que además hace que
sus recursos sean teatrales, funcionales a la trama (en realidad, al concepto).
Es, en efecto, un musical que busca crear una atmósfera (y evocar sensaciones
en el espectador), antes que presentar una historia delimitada. Es decir, al
menos yo interpreté (porque está claro que Bosio prefirió dejar muchas cosas a
libre interpretación) que se quería introducir al espectador en el mundo de la
borrachera, asociada al romance. Sí, la obra quiere que experimentemos lo que
se siente estar alcoholizado en un bar, sufriendo por amor, y, probablemente,
buscar identificación. Y logra transportarnos a un mundo extraño, bastante
bizarro, por momentos onírico.
Nos mezclamos
en el ámbito de los personajes, sintiéndonos cercanos a ellos, y hasta
asfixiados por sus preocupaciones, en un bar donde todo parece ser posible.
Para esto, es importante la disposición de los asientos de la sala. Quienes se
sientan adelante se ubican en sillones, que forman livings (por eso, es
recomendable tratar de conseguir las entradas con cierta anticipación), entre
los que los actores se mueven, creando un efecto fantástico. Se borran, así,
las barreras, y los artistas involucran al público en la historia. Por eso, se
suben pocas veces al escenario propiamente dicho. Indudablemente, la puesta
(que es promocionada como una “intervención teatral”) tiene personalidad, y es
un acierto.
La obra
promete retratar “La borrachera no patológica como estado de lucidez del alma y
de la mente” y retratar la premisa “Perderse para encontrarte”. Entonces, se
desarrollan una serie de cuadros (algunos aparentemente inconexos), a los que
el espectador debe dotar de sentido. Los parlamentos no caen en lo explícito.
Esto puede generar inconvenientes con los espectadores más conservadores, pero
ciertamente genera un clima distinto y entretiene en el proceso (tal vez, hasta
llega a oprimir).
En esa línea,
me gustaría destacar la última escena, con la canción “Deewangi Deewangi” (http://www.youtube.com/watch?v=VzLG6OqOcn8),
que brinda un momento desopilante, al hacerle preguntar al espectador “¿De
verdad está pasando esto?”, y tiene un gran trabajo coreográfico de la creativa
Seku Faillace.
Se trabaja con los quiebres, tal vez por
ser propios de las lagunas que genera la borrachera, o para plantear hasta qué
punto las escenas son como las vemos, o son modificadas por la ebriedad.
En cuanto a la selección de la música (algunas son canciones originales y otras no),
es peculiar. No diría que es funcional a la trama, pero sí desconcierta al
espectador, algo que es fundamental para generar contrastes que ilustren las
“revelaciones” que evoca la bebida. Aparte de los cuadros donde canta
Scaglione, también se destaca la expresiva voz de Flor Benítez, y su sólida
actuación. Ella también tiene posibilidad de destacarse como compositora.
La participación de Jano (en un
mini-recital) es un momento que se disfruta. Él se revela como un artista
interesante y apasionado, y muestra sus dotes como músico tocando el piano y la
guitarra. Además, hasta actúa un poco.
Leo Bosio y Pablo Martínez tienen menos
posibilidades para lucirse durante sus canciones, pero brindan muy buenas
actuaciones, demostrando que el equipo está muy consolidado, y que todos tienen
incorporados no sólo a sus personajes, sino a los de los demás, sabiendo
interactuar de manera precisa.
Hernán Segret compuso la canción
“Bailese quien pueda”, cuyo videoclip se proyecta al inicio (http://www.youtube.com/watch?v=GCpaOR3pgBY),
y que es luego cantada por Jano. Tanto la canción como el videoclip logran
sembrar el clima gris del desamor previo al encuentro en el bar, y sirve para
marcar un nuevo contraste.
Y, hablando de videoclips, mientras el
espectador espera a que comience el espectáculo, puede disfrutar de una
selección de divertidos videos de canciones de décadas pasadas. Cabe aclarar
que, si bien se ofrece comida y bebida, no es obligatoria la consumición.
La iluminación es un ejemplo más de
saber aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera.
Lo único que me gustaría objetar (como
lo hice en la crítica de tick, tick,
¡BOOM!) es el excesivo uso de humo. Entiendo que ayuda a enmarcar el
delirio, pero no es necesario y dificulta el canto y molesta a los
espectadores. En realidad, otra cosa que no me convenció (pero por gusto
personal) fue el horario. Me parece que hay ciertas personas a las que se les
complica que la obra empiece a las 23 (no se notó, de todas formas, en la sala
llena), sobre todo para los que viven más lejos. Al menos porque, en la función
del 13 de junio, el espectáculo recién empezó a las 00:08 (por un recital de
Diego Frenkel programado antes de la función) y terminó a la 1:28
aproximadamente, hora en la que la frecuencia de colectivos es menor. El horario de inicio es, no obstante, comprensible, porque desde la semana próxima tanto Scaglione como Bosio participarán de la esperada Vale todo (Anything goes), que también tendrá función los jueves.
Nota: De todas formas, esto no empaña el
resultado artístico, y es solo una paranoia de alguien que ese día fue víctima
de la inseguridad (aunque no cerca de la zona del teatro), y aunque pudo correr
y no ser alcanzado por ninguno de los cuatro individuos (la adrenalina activa
las habilidades atléticas, aunque en otras ocasiones sean pocas), pero llegó a
la Sala Siranush con el pantalón roto y la rodilla lastimada.
En resumen: Un viaje hacia la conflictiva mente de
cuatro personajes desilusionados o esperanzados con respecto al amor, mientras
se encuentran en un bar (al que el público asiste), y ven las cosas distintas a
partir del alcohol y la música. Gran interpretación de Josefina Scaglione e
imaginativa puesta de Leo Bosio, que rodea al espectador con una atmósfera
particular. Una obra sencilla que tiene la virtud de no ser pretenciosa.
Más información:
Dirección: Leo Bosio.
Teatro: Sala Siranush (Armenia 1353).
Duración: 1 hora 15 minutos.
Funciones: jueves a las 23 hs.
Entradas: $100.
Promociones: 2x1 con Club La Nación (límite
de 30 cupos).
Fotos: https://www.facebook.com/BorrachoUnAfterMusical y ticketek.com.ar