Buenos Aire, Argentina. Temporada 2013.
¿De qué se trata?:
Juan administra un bar (“Darling’s”) junto con su novia Magdalena, que era una
prostituta, como las que diariamente se reúnen allí para obtener clientes.
Ellos dos, junto con su amigo Tuli y Samuel, el hermano de Magdalena, idearon hace
unos años un crimen que terminó con Tuli en la cárcel y Samuel muerto, por
culpa de Villegas (el tío de Juan). Cuando Tuli sale de la cárcel (luego de
tres años), busca a sus compañeros de delincuencia para llevar a cabo un nuevo
plan, para vengarse de Villegas y ganar varios millones de peso, y así huir de
sus secuaces, escapándose a Brasil. Todo esto, en lo que se denomina un musical
jukebox (con canciones escritas
previamente; en este caso, del español Joaquín Sabina).
El punto fuerte de la
obra: la historia. No es mi intención faltarle el respeto a la notable
habilidad poética de Sabina, pero las letras estaban obviamente escritas antes
de desarrollar el musical, por lo que no puedo elegirlas como lo más destacado.
Sinceramente, no me esperaba que la historia fuera sólida. No es que esta sea
especialmente creativa o innovadora, ni los diálogos memorables, sino que es
destacable por dos motivos. Primero, porque logra atrapar y entretener aún a
quienes no son fans de Sabina (generando interés por sí misma, algo que no se
logra en muchas propuestas con canciones conocidas). Segundo, porque, en gran
parte de la obra, las canciones están integradas a la historia y a lo que viven
los personajes, sin parecer descolocadas, algo también difícil de conseguir
cuando se ajusta la historia a un material concebido previamente. Esto se
cumple aunque lo que se genere sea una identidad entre la atmósfera que crea
una canción y lo que sucede en escena.
Las canciones de Sabina son más reflexivas que
narrativas, por eso resulta un desafío hilarlas con una historia. Por suerte,
los dramaturgos encontraron la forma de incluirlas de forma que, aunque no
hagan avanzar la acción, tengan como función describir los sentimientos de los
personajes o transformarlos y darles matices, operando un cambio interior
mientras cuestionan su situación. Magdalena no se siente de la misma forma
antes de cantar “Contigo” que después. Juan no es el mismo antes de interpretar
“Tan joven y tan viejo” que cuando esta concluye, pues ha madurado en el
proceso.
Para mantener la coherencia entre el libro y las
canciones, ayuda mucho que el universo que se plantea sea delirante, porque
permite moverse con mayor libertad. En ese sentido, la puesta coquetea por
momentos con el musical conceptual, por ejemplo, con las intervenciones de
Samuel, el cuadro “Yo quiero ser una chica Almodóvar” o el uso especial del
ensamble. Entonces, no resulta descabellado pensar que los personajes de las
canciones de Sabina se podrían mover en un ambiente como el que se presenta.
Volviendo al libro (escrito por David Serrano,
Fernando Castets y Diego San José), y adaptado para Argentina con localismos
(celebrados por el público), presenta una buena historia de venganza, crimen y
suspenso (más evidente en el segundo acto), con elementos dramáticos, cómicos
(muy bien integrados y dosificados) y románticos (tal vez el punto más
predecible), si bien uno intuye rápidamente qué rumbo va a tomar el relato
(obviamente, sin saber sus pormenores). Además, muchas escenas tienen
inyectadas un ritmo cinematográfico. Esto se evidencia, por ejemplo, cuando
Magdalena relata a Tuli su visita a Ocaña (para contarle que Mosquito ganó la
lotería), en una escena que se lleva a cabo en dos planes temporales
simultáneos. El director (David Serrano) supo aprovechar las particularidades
del texto y trabajó el pulso narrativo con exactitud, de modo que la historia
no aburre, además de hacer un buen uso de la profundidad del escenario.
El ensamble:
No es una novedad, pues se ha dicho en numerosas
críticas, pero el ensamble está compuesto por muy buenos artistas, y adquiere
un lucimiento especial. La diferencia con otras propuestas con grandes o
medianos ensambles (como, el año pasado, Mamma
Mia! o, este año, El retrato de
Dorian Gray), también integrados por personas preparadas, radica en su
aprovechamiento. En ese sentido, el uso del ensamble en Más de 100 mentiras es inobjetable y singular. Por supuesto, detrás
hubo nueve coreógrafos y está Elizabeth De Chapeaurouge como directora
residente, pero la puesta les da mucho lugar para que su trabajo se potencie.
Así, resulta difícil destacar sólo a un par dentro de un grupo sin fisura,
donde se nota que hay un estilo de baile pulido. Varias coreografías son
impactantes (por ejemplo, la de “19 días y 500 noches”), y muy teatrales, y los
bailarines realizan figuras admirables, y es importante remarcar que detrás de
lo que se ve en escena hay un dedicado trabajo previo de estiramientos y
preparación. Pero, además de todo esto, el ensamble es único porque canta sin
mostrar agitación, con solvencia y en vivo, mostrando su condición de artistas
integrales. Esta parte me parece muy valiosa, considerando que producciones
recientes (y con menor exigencia coreográfica) como El diluvio que viene tenían segmentos pregrabados para las partes cantadas
en grupo.
Sin embargo, sí hay algunos tramos en donde no se
entiende lo que canta el ensamble (aunque, como mencioné, prefiero que cante en
vivo antes que se busque la solución de sustituir sus voces). No obstante, el
sonido también se destaca, porque logra integrar bien la música y las voces de
los intérpretes (esto se aprecia muy bien en el medley del final del primer
acto), sin aturdir, en un teatro chico como el Liceo. También, hay que señalar
que los músicos se encuentran separados (dos están en un palco bajo, y el
resto, sobre el escenario, a veces, incluso invisibles al público), pero
coordinan sin problemas. Como ha sucedido en muchos musicales modernos, los
intérpretes se integran perfectamente a la música sin ver al director de
orquesta. Los músicos (dirigidos por Hernán Matorra) son una pieza clave de la
obra y realizan un papel brillante y aceitado, y los brillantes arreglos
potencian su desenvolvimiento. Tal vez puedan, no obstante, molestar a algunos
puristas de Sabina.
Los intérpretes:
*Luz Cipriota (Magdalena): se la ve muy cómoda en el
escenario y genera empatía; se defiende cantando y baila con gracia.
*Christian Giménez (Juan): asume el compromiso
dramático que le exige por momentos su personaje y lo expresa desde el canto
(por ejemplo, en “Tan joven y tan viejo”).
*Diego Hodara (Mosquito): presenta algo distinto que
en sus papeles previos, forjando complicidad con el público y aportando humor
genuino, sin salir nunca de su personaje.
*Sebastián Holz (Samuel): se luce recitando sonetos, se
divierte con su personaje, dialoga eficazmente con el público, e interactúa con
desenvoltura en escena, además de tener la destreza de cantar y bailar bien al
mismo tiempo.
*Carlos Silveyra (Tuli): transmite simpatía y
disfruta en escena.
*Rodrigo Segura (Ocaña) primero actúa
convincentemente y luego sorprende cantando; emociona con su interpretación
contenida de “Una canción para La
Magdalena ”.
*Néstor Sánchez (Villegas) demuestra que es un buen
actor, componiendo a un villano sólido.
*Daniela Pantano (Rossana): se mueve con seguridad.
La escenografía está bien realizada y es funcional al
ambiente que se busca crear: las calles de un lugar de la ciudad oscuro y
mugriento, lleno de corrupción, traición, crimen e irregularidades, por lo que
se evitan los colores vistosos. El bar “Darling’s” tiene aspecto de barato,
reciclado e inmoral, mientras que el cuarto donde está la banda pone a los
músicos en foco, y tal vez su posición elevada sugiere la incidencia de las
canciones en la vida de los personajes (como se ha dicho, los modifican). Las
transiciones escenográficas se resuelven rápida y acertadamente al girar los
decorados o bajar paneles. El vestuario es correcto, siguiendo la misma línea
de no ser demasiado llamativo (salvo en “Yo quiero ser una chica Almodóvar”,
donde el mundo del cine contrasta con la sombría realidad de los personajes), y
la iluminación es fundamental para acompañar los climas, y, al mismo tiempo, no
parecer marcarlos tan explícitamente. Otro dato que merece ser mencionado es la
notable calidad del programa de mano.
En resumen: Un musical que vale la pena más allá de la poesía de Sabina, sino que
tiene una historia que entretiene y un uso ejemplar del ensamble, y algunas
escenas memorables. Cabe aclarar que esta crítica es de alguien que no es fan de Sabina.
Dirección: David Serrano.
Teatro: Liceo (Rivadavia 1495).
Duración: 2 horas 35 minutos (incluyendo un intervalo
de 10 minutos).
Funciones: miércoles a domingo.
Funciones: miércoles a domingo.
Entradas: de $150 a $300.
Promociones: 2X1 con Club La Nación y Plateanet; 15% de
descuento con Banco Ciudad; descuento en “Tickets Bs. As.” (Cerrito y Diagonal
Norte).
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