Crítica de Frida, entre lo absurdo y lo fugaz
Buenos Aires, Argentina.
Temporada 2013 (Teatro La Comedia ).
Calificación: 9/10
¿De qué se
trata?: Un recorrido por los hitos más
destacados de la vida de la pintora mexicana Frida Kahlo, tanto desde un punto
de vista intimista como en contacto comprometido con su entorno. Se exploran
sus relaciones con, por ejemplo, Diego Rivera, Tina Modotti, Chavela Vargas y
León Trotsky.
El punto fuerte de la obra: la dirección general de Carla Liguori. Ella es el motor de este
espectáculo (además de su gestora), garantizando que nada esté fuera de lugar,
y la creadora detrás de las brillantes decisiones artísticas. Su tarea es
titánica, porque no solo tuvo que coordinar a 40 artistas en escena (sí, son
realmente 40), sino que tuvo que estar en cada detalle de una obra que desborda
creatividad, y se nota que no se hizo al azar. El esfuerzo está puesto para que
todos los recursos sean teatrales y enriquezcan la historia, y la increíble
fuerza visual no es gratuita, no es un simple efecto (me referiré a esto más
adelante). Se nota que hay búsqueda artística, que se quiso hacer algo
distinto, en vez de tomar la salida más fácil. En este caso, la búsqueda fue
exitosa, porque potencia lo que se quiere contar. Todo está muy integrado gracias
a la dirección; todos los elementos están atravesados por la original visión de
Liguori.
Las coreografías de Nadia Savl son impactantes. Logró
desarrollar tres estilos muy diferenciados entre los integrantes del ensamble
que conforman el cuerpo de baile. Esos estilos se dan dentro de tres grupos:
las seis bailarinas que representan a la muerte (con una técnica asombrosa),
los bailarines del cuadro “Gringolandia” (con un estilo jazzero) y los
bailarines mexicanos (se mueven con mucha gracia y pasión). De todos, el que
más me gustó fue el de las bailarinas de la muerte, porque presentan movimientos
muy imaginativos (sobre todo los que hacen afirmadas en una sola pierna) y
figuras fantásticas (y difíciles de hacer), efectuando contorsiones con
sorprendente naturalidad. Utilizan tanto la media punta como la punta. El uso
de estas bailarinas (que, en una interesantísima decisión, reciben a los
espectadores apenas entran a la sala) se vuelve muy simbólico y efectivo a lo
largo de la obra. Hay que mencionar que el enriquecedor entrenamiento
acrobático y la asistencia coreográfica estuvieron a cargo de Aldana Queirolo.
Es cierto que no se puede definir qué estilo es el que bailan (por momentos,
danza contemporánea, mezclada con elementos de clásico, y por otros, danza
acrobática). Incluso, un espectador que tenía a unas butacas de distancia
comentaba que le hacía acordar a Cats.
Pero yo lo interpreté como un aspecto de la imprevisibilidad de la muerte, por
momentos delicada y sigilosa y por otros violenta y abrupta.
Pero, más allá de esos tres grupos, la coreografía
está presente en marcaciones para otros personajes, como para los jóvenes
revolucionarios durante “Juventud
ardiente” (donde, además, se integraron muy bien los libros al baile) o en el
cuadro “Torcida”, donde adquiere también un simbolismo fuerte (acompaña
perfectamente lo que se dice, pero también sugiere más allá de las palabras).
La dirección de arte de Mariano Pauplys y el trabajo
del encargado del contenido audiovisual, Guido Tondo, se lucen durante todo el
espectáculo, y constituye un ejemplo de cómo apelar a la inteligencia para
resolver la escenografía con pocos recursos, así como aprovechar el espacio.
Esto se debe a que los escenarios (muchas veces, abstractos y originales) se
proyectan en tres pantallas, ubicadas en distintos planos (para facilitar las
transiciones al entrar y salir los personajes). Complementa perfectamente la
historia, e ilustra el universo creativo de la mente de Frida (por ejemplo,
durante “Lo que el agua me dio”, siendo el agua, además, tan importante para la
pintura), pero, además, se adentra en cuestiones más complejas y dolorosas con
audacia. También, permite mostrar fragmentos de la obra de Frida y algunos de
la de Diego Rivera.
Me gustaría sugerir (sin dar muchos detalles) tres
momentos donde se hace un uso muy interesante de las pantallas: las escenas del
tranvía, la del mural donde Diego Rivera incluye a Lenin y la de los clavos.
Más allá de las pantallas, se utilizan elementos como
sillas, mesas y una cama para la escenografía.
Desde lo actoral, Carla Liguori es una Frida muy
convincente, que muestra distintos matices al actuar y cantar. Es un personaje
complejo, que ella aborda siempre desde la fortaleza, aunque no le escapa a la
emotividad. Sus vínculos fueron muy importantes para su obra, y la actriz logra
establecer relaciones significativas. Tiene la tarea de explorar diferentes
aspectos, por ejemplo, la juventud revolucionaria y apasionada que marcaría su
vida, el cinismo y la audacia, la extraña relación con su marido Diego Rivera
(“incomprensible para los extraños”, según el programa), la militancia desde la
adultez, el reconocimiento como pintora y la tragedia. Liguori está casi todo
el tiempo en escena, y tiene la responsabilidad de llevar adelante el ritmo de
la obra. Se nota que hubo mucha investigación para componer a un personaje tan
rico.
Por supuesto, el guión de la misma Carla Liguori y Javier
Raffa ayuda mucho. Hace un buen resumen de los acontecimientos y facetas más
importantes de la vida de Frida, permitiendo entender por qué fue una persona
transgresora, que dejó una huella en la historia, y cómo su vida influyó en su
pintura. También, se propone ilustrar la consigna de una vida marcada por “lo
absurdo y lo fugaz”. Además, a pesar de que el espectáculo es relativamente
largo y no tiene intermedio, no aburre, y es muy dinámico e interesante. Hay un
equilibrio muy bueno entre las escenas más intimistas y las grupales.
La misma dupla escribió las letras, que permiten
adentrarse en la mente de los personajes, que el entorno de la pintora refleje
situaciones importantes o incluso situar el contexto de la acción. Algunas
letras tienen metáforas muy buenas.
La música es de Carla Liguori y Agustín Konsol, y su
variedad la hace atractiva. Adquiere fuerza y expresividad al transitar tanto
los graves como los agudos dentro del mismo motivo musical, plasmando
probablemente las ya comentadas facetas que presenta Frida y otros personajes
centrales. Todos fueron trabajados desde su condición de humanos ante un
contexto convulsivo y un destino adverso, ante el que no son indiferentes. La
preparación vocal es de Maia Barrio, y me sorprendió el alto nivel vocal que
demuestran tener muchos de los miembros del elenco, lo que demuestra que las
audiciones fueron rigurosas (lo mismo se ve en el baile). Los arreglos corales
del experimentado Gabriel Giangrante garantizan que en las escenas donde muchos
personajes cantan a la vez realmente se escuche que hay muchas voces, con
variaciones que enriquecen la partitura. Lo interesante de la música es que no
busca generar melodías pegadizas, sino acompañar el relato.
A propósito, el sonido (de Lavecchia Sonido, operado
por Abel Zamundio) es muy bueno.
Volviendo a un tema de dirección, la distribución
espacial está muy bien pensada, sobre todo para resolver cuadros numerosos,
donde se aprovecha el ancho y la profundidad del escenario. Otra decisión
acertada para contribuir a la estética es la de las telas que operan las
bailarinas de la muerte (acompañadas correctamente con lo que se proyecta, para
estremecer, en una escena que no conviene adelantar).
Ariel Leyra es un estupendo Diego Rivera, sobre todo
en lo actoral. Muestra un compromiso constante y se conecta muy bien con
Liguori.
Del resto del elenco (que tuvo entrenamiento actoral
con Zaida Rico), si bien todos aprovechan sus pequeñas intervenciones (Frida y
Diego son los que más tiempo están en escena, y el resto va rotando), me
gustaría destacar a dos intérpretes. La primera, Diana Amarilla como Matilde
Kahlo (una de las hermanas de Frida), que demuestra sensibilidad y destreza vocal. La
segunda, Sabrina Artaza (como Tina Modotti), principalmente porque resulta una
revelación en lo actoral y vocal (ya se sabe que es buena bailarina), y porque
su personaje tiene la frescura necesaria.
El vestuario del estudio Saldiva-Spiridone sobresale
por su diversidad (hay varios cambios de ropa), y es sorprendente, así como el
maquillaje de Sofía Núñez (sobre todo para las bailarinas de la muerte) y el
peinado de Claudia Penas (se hizo un buen trabajo con el pelo del Frida).
La iluminación de Magdalena Berretta Miguez está en
sintonía con lo que se proyecta (se prioriza que no tape la pantalla). Un muy
buen recurso lumínico se utiliza en la escena del funeral.
En resumen: Este musical de fuerte estética e impronta visual, comandado por la
visión creativa de su directora, Carla Liguori, brinda una entretenida biografía
de la pintora mexicana Frida Kahlo, que además permite comprenderla en sus
múltiples facetas.
Prensa: Duche-Zarate (www.duchezarate.com.ar).
Fotografía: Gonzalo Guerechit Ratti.
https://www.facebook.com/fridaentreloabsurdoylofugaz
Más información:
Dirección: Carla Liguori.
Teatro: La
Comedia (Rodríguez Peña 1062).
Duración: 2 horas y 15 minutos.
Funciones: lunes a las 20:30 hs.
Entradas: $100.
Promoción: 2x1 con Club La Nación.
Elenco: Carla Liguori, Ariel Leyra, Marisa
Provenzano, Manuel Feito, Candela Cibrián, Diana Amarilla, Carolina Díaz
Codeso, Javier Belay, Pilar Miori, José Luis Marinelli, Sabrina Artaza, Eugenia
Encina, Carlos Micelli, Pamela Tello, Eduardo M. Blanco, Pato Chaneton, Juan
Otero Ramos y ensamble. Reemplazos femeninos: Florencia Bobadilla.